Vinchita, un reo que murió en su "ley"

Fuga, rescate y muerte

(*) Tomás Molina Céspedes

Atardecer de un viernes en Chonchocoro. Había sido convocado de urgencia al penal por el asesinato de un joven preso a manos de sus sanguinarios rivales.

Luego del levantamiento del cadáver horriblemente acuchillado en el COMEDOR del penal, donde ocurren todos los crímenes, se me acercaron el Vinchita y Opimi, dos jóvenes delincuentes cruceños que habían sido traídos de Palmasola por razones de seguridad y mala conducta.

El primero, casi un niño, con carita angelical y con los ojos llorosos me suplicó su traslado inmediato al Penal de “San Pedro”, ante la amenaza de muerte que había recibido de su paisano el Choco.

“Yo seré el próximo en ser ejecutado, el Choco ha ordenado mi baja, tengo los minutos contados, por favor doctor salve mi vida”, me rogó. Y, lo propio dijo su compañero Opini, otro preso joven que también señaló que estaba amenazado de muerte y que peligraba su vida en Chonchocoro.

Ambos no se separaban de mí y me seguían, controlados por otros presos que al parecer querían conocer mi decisión, para pedir lo mismo.

Una hora antes había sido ejecutado un muchacho conocido como el Guarayo y meses antes el Chichuriro, por órdenes del mismo jefe mafioso de la prisión.

Me encontraba aturdido por el espantoso escenario del crimen que se ofrecía ante mi vista en el comedor del penal, con manchas de sangre en las paredes, mesas y asientos.

No sé qué raro hechizo tenía este lugar, teatro preferido de ejecuciones entre presos, no obstante que todas sus mesas y sillas son de hormigón armado, empotradas al piso.

¿Era por el descuido que causa el hambre? ¿Por ser lugar obligado al que deben acudir los presos para recibir su rancho? ¿Teatro preferido para saldar cuentas?

Los dos muchachos, rodeados de otros presos, me insistían en su traslado, mientras mi mente divagaba en los deberes que me imponían mi conciencia y mi cargo.

Estaba consciente que ese traslado sólo podía ordenarlo el Juez de Ejecución Penal, pero ¿cuánto tardaría el trámite? ¿Cuándo llegaría la orden de traslado?

Tenía la firme convicción que el primer deber del régimen penitenciario es garantizar la vida de los presos y el primer derecho del preso conservar su vida.

El tiempo apremiaba y tomé la única decisión que me imponía mi consciencia y la limpidez de mis actos.

Era viernes y casi al morir la tarde firme la orden de traslado al penal de San Pedro para los dos convictos. El lunes próximo iniciaría los trámites legales del traslado.

El nombre del Vinchita estaba ligado al crimen horrendo que ya conocen ocurrido en Santa Cruz. Su cara de niño no delataba su alta peligrosidad.

A los 17 años, luego de una maratónica carrera delictiva había alcanzado el máximo grado de la pena en Bolivia por el asesinato de una joven a la que había matado de la manera más traidora y cruel por robarle su vagoneta.

El otro, Opini, estaba condenado por haber matado a un policía.

Era fin de semana y aquel viernes viajé a Cochabamba con la mente cargada de emociones y temores. Las posibilidades reales de caer en una trampa, de ser mancillado mi honor y de tomar decisiones riesgosas eran constantes en mi trabajo.

Todo, absolutamente todo, se podía esperar de gente condenada a la máxima pena, que ya nada tenía que perder. ¿Qué hubiese ocurrido si no tomaba esa decisión?

Con seguridad los familiares de dichos delincuentes y en especial los presos me habrían crucificado con todo tipo de acusaciones.

El domingo Cochabamba amaneció con un sol primaveral estupendo. Nada hacía presagiar el peligro.

Al mediodía, cuando me encontraba en un local de la campiña natal con mi familia, recibí por el celular una noticia que pinchó con acero candente mi cuerpo y mi alma. El Vinchita y Opimi esa madrugada se habían fugado del penal de San Pedro.

Quedé aturdido, como cuando recibes un golpe y reaccionas de manera confusa e imprecisa. Me trasladé de inmediato al aeropuerto y de allí a La Paz.

Durante el viaje cavilaba en lo que me esperaba. Nadie creería en la honestidad de mi decisión.

Para mis adversarios y gratuitos enemigos sería fácil inventar historias y hacer leña del árbol caído. En estas tierras del Alto Perú de lo primero que se acusa a un funcionario público, con o sin razón, es de corrupción..

Al día siguiente, lunes 27 de septiembre de 2004, la noticia de la fuga del Vinchita ocupó los primeros espacios de la prensa escrita, radial y televisiva.

Por el momento nadie se preguntaba por qué ese reo se encontraba en San Pedro y no en Chonchocoro, eso vendría después, por ahora el escándalo giraba en torno a las circunstancias de la fuga. 

La historia oculta es que todo había sido planificado al detalle. Mujeres vinculadas a ambos presos, ayudados por la mafia, habían preparado y participado en la espectacular fuga por una de las altas murallas del penal.

Afuera los esperaban y todos, fugitivos y cómplices, se perdieron en las sombras de aquella madrugada.

Esta vez el cubil de los delincuentes estaba ubicado en una casa próxima al Parque Villarroel de la ciudad de La Paz. Allí estalló el desenfreno, el festejo con mujeres, alcohol, droga y música.

El golpe había sido espectacular y valía la pena festejarlo después de todas las privaciones sufridas en Chonchocoro. Y, mientras los delincuentes festejaban su grandiosa fuga, la policía se ponía en máxima alerta, poniendo en funcionamiento todos sus mecanismos de control tecnológico y vigilancia rutinaria.

La Paz estaba cuadriculada con un radar que controlaba al detalle toda llamada telefónica que entraba o salía de cualquier rincón de la ciudad. Y, la policía esperaba un error, un solo error que podían cometer los prófugos para atraparlos.

No se desanimaron y esperaban con paciencia gatuna su gran oportunidad. Y, Vinchita por segunda vez cometió el gran error de su vida.

Eufórico por su eventual triunfo y totalmente embriagado se le ocurrió llamar a un policía de Chonchocoro, al que había intentado sobornar varias veces para que lo ayude a fugar, recibiendo evasivas y sólo esperanzas a largo plazo.

Molesto por lo que le había hecho esperar, sin atender sus constantes pedidos, le llamó al policía y casi a gritos le dijo que ya no necesitaba su ayuda, que ya estaba libre y a tiempo de despedirse lo mando al carajo.

El policía dio parte a su Comando de la llamada recibida y los organismos técnicos de la institución empezaron a rastrear la procedencia de la llamada, llegando a ubicar con precisión matemática el lugar desde el que se había hecho la llamada. La casa fue rodeada y los prófugos y sus secuaces fueron atrapados cuando todos dormían la mona, después de la tremenda farra que se habían dado el sábado y el domingo. 

Eran las 13.30 de aquel lunes, me encontraba tendido en la cama de mi albergue, cuando otra llamada sacudió mi ser. Los prófugos acababan de ser recapturados.

La noticia parecía inverosímil. La aterradora vigilia había terminado. 

La recaptura fue noticia de primer plano en todos los medios de comunicación. La fotografía que ilustra esta nota es la que se tomó cuando ambos prófugos son ingresados nuevamente a San Pedro y después enviados a Chonchocoro, donde el Vinchita fue finalmente asesinado por sus propios paisanos de prisión, con punta y a la hora de la cena. 

Y, ¿Cómo es el COMEDOR de Chonchocoro?

Es un amplio salón frío con mesas y asientos de hormigón empotrados al suelo. Nada alegra la vista, todo tiene el color del cemento y su interior más se parece a la morgue de un hospital que a una taberna.

Por más que se mire a todo lado, el tétrico aposento no tiene nombre y tampoco cuadros ni almanaques en sus paredes, porque aquí el tiempo está congelado y la única distracción, a la manera de un circo romano, es la muerte entre sus comensales justamente a la hora del almuerzo o la cena.

El entorno fúnebre de este lugar, antesala del infierno, ciertamente no es zona recomendable para sibaritas ni amantes de la buena cocina. 

El recuerdo de la espectacular fuga, recaptura y muerte del Vinchita, me convence que a veces en la vida, cualquiera que sea la decisión que tomes, mucho más si trabajas con presos condenados a la pena máxima, siempre estarás AL FILO DE LA NAVAJA y en riesgo permanente de caer en desgracia o en algo peor.

En la última visita que hice a Chonchocoro, en diciembre de 2016, pregunté al “Choco”, que aún es inquilino del penal, qué había pasado con Vinchita.

“Lo carnearon como a perro en el COMEDOR”, fue su respuesta lacónica y brutal.

(*) Escritor y Exdirector de Régimen Penitenciario