Benavidez: "Yo fuí prisionero del Che"

Secreto oculto en Chonchocoro

(*) Texto: Tomás Molina Céspedes

Una vez más, por razones de trabajo, me encuentro en el penal de Chonchocoro, el de mayor seguridad de Bolivia y el más inhóspitos y tenebroso.

Ubicado a 4.150 metros de altura sobre el nivel del mar, rodeado de picos nevados, lugar frío y de chubascos constantes, donde el sol quema y no calienta, los pulmones reclaman oxígeno, la cabeza duele y el corazón late intensamente.

Prisión de la que sus habitantes SÓLO salen muertos o heridos. Allí se encuentra recluido don Guido Benavidez Alvizuri, ex Jefe Nacional del DIC y del Departamento de Orden Político (DOP), condenado a la pena máxima dentro del juicio de responsabilidades seguido contra los autores del golpe militar de julio de 1980. 

Al margen de mi específico trabajo, algunos presos llaman poderosamente mi atención.

En silencio, desde los primeros días, alimento la esperanza de acercarme a ellos, ganar su confianza y bucear en sus almas, rescatar para la historia datos y hechos reveladores que guardan estos hombres en su memoria.

Así, por ejemplo, logré acercarme al Gral. García Meza, con quien, en la soledad de su celda, converse largamente sobre su corto e infortunado gobierno y que después dio origen a mi libro “TESTIMONIO DE UN DICTADOR”. 

El interés por Guido Benavidez no es menor. Mucho se habló de él durante los gobiernos militares posteriores a 1964.

Es indudable que el personaje tenía dotes para la investigación no sólo policial sino también política, acorde con el espíritu represivo de aquella época, sólo así se explica que fue hombre fuerte durante los gobiernos militares de Barrientos, Banzer y García Meza. 

Al verlo y conversar con él me cuesta creer que alguna vez pudo haber hecho daño a alguien. La figura apacible de aquel anciano, sus modales delicados, su trato respetuoso, su hablar pausado, no son ciertamente los de un represor.

En la primera conversación que tuve con él me habló del pronto beneficio penal que esperaba tener para salir en libertad, por su edad y cumplimiento de la mitad de su condena. El hombre contaba los días para alcanzar su libertad. 

Don Guido, por el respeto que se había ganado, era el Presidente del Consejo de Delegados del penal de Chonchocoro y sobre su caso me dijo con vehemencia no haber tenido nada que ver con la masacre de la calle Harrington, en la que aseguraba no haber intervenido y que, sin embargo los jueces, por cubrir al verdadero culpable, al Cnl. Freddy Quiroga Reque, le habían dado la pena máxima.

Cierto día, después de una reunión con los delegados del penal, don Guido se quedó a hablar conmigo, portando un voluminoso archivador y en algún momento mencionó algo que llamó mi atención. “Yo fui prisionero del Che Guevara…” me dijo, dejándome tremenda duda y generando la pregunta inevitable. ¿Cuándo y en qué circunstancias?

Meditó, mencionó el 19 de abril de 1967 y relató brevemente lo ocurrido.

Dude sobre la veracidad del relato y no quise ahondar más en el asunto, pero grave en mi mente aquella fecha. 

Días después revisando el Diario del Che, en la fecha anotada, encontré algo parecido a lo dicho por don Guido. Entonces recién presté atención a su relato y la primera oportunidad que se me presentó volví a Chonchocoro y lo busqué. 

Nuevamente estoy frente a don Guido quien, en una pequeña sala del penal, con el respaldo de documentos y fotografías acopiados en un grueso archivador me cuenta la historia.

Dice que en marzo de 1967, si bien el gobierno ya tenía información sobre la aparición de un grupo irregular en los bosques cercanos a Camiri, sin embargo no tenía certeza sobre su procedencia.

¿Quiénes eran? ¿Gente del MNR, de FSB, del PRIN, comunistas, narcotraficantes? Duda razonable, hasta que se produjo la emboscada del 23 de marzo de aquel año, con muertos y prisioneros del lado del ejército, que tensó las alarmas del gobierno y las FF.AA. 

Por entonces don Guido era el Director Nacional del DIC y en tal calidad fue convocado de urgencia al Palacio de Gobierno por el Gral. Barrientos, Presidente de Bolivia, quien le encomendó la misión de organizar una red de informantes, investigar y esclarecer la procedencia y mando de dicho grupo armado, ante la sospecha de ser una rama de la guerrilla comunista continental de orientación cubana.

Don Guido, experimentado policía, armó una estrategia y se puso manos a la obra para cumplir su misión. Él y dos de sus mejores agentes se trasladaron a Camiri, el 24 de marzo de 1967, alojándose en el Hotel Londres, único del lugar, dando inicio a sus tareas de inteligencia.

En el comedor del Hotel, a la hora del desayuno, almuerzo y cena, le llamó la atención un gringo con el que intercambio saludos y después conversó brevemente, enterándose que era un periodista inglés.

“No quise profundizar mi relación con él –dice--, porque mi misión era pasar desapercibido”.

En el pueblo organizó un servicio permanente de patrullaje y control, censo de extranjeros, población en tránsito, control de ingreso y salida de personas. El control debía realizarse de manera conjunta con las autoridades de la Alcaldía, Tránsito y DIC, autoridades que fueron puestas bajo sus órdenes.

Para el éxito de su misión se le instruyó trabajar directamente con el Gral. Rocha, comandante de la Cuarta División del Ejército, acantonada en Camiri, que estaba a cargo de la zona guerrillera.

En cumplimiento del plan trazado organizaron comisiones de militares y detectives para recorrer toda la zona de conflicto. Y, de esta manera empezaron a peinar el monte desde diferentes direcciones, patrullas policiales y militares, en busca del grupo irregular.

En esta tarea, tras agotadoras caminatas, el 18 de abril recibió la información de que en las cercanías de Muyupampa había sido vista una columna guerrillera, por lo que de inmediato se trasladó allí con sus dos detectives, más el teniente Néstor Ruiz, de la Cuarta División de Ejército, y varios soldados.

En Muyupampa decidieron ingresar al monte, en dos grupos, uno compuesto por él y sus agentes Bernal y Ferrufino y otro al mando del teniente Ruiz conformado por pobladores del lugar y soldados, todos vestidos de civil y la leyenda de decir que eran cazadores en caso de ser interceptados por los guerrilleros.

Según Benavidez él y sus agentes portaban escopetas, pero tenían sus revólveres ocultos, siendo el grupo del teniente Ruiz más numeroso. Al anochecer se internaron en el monte por diferentes caminos en busca de los guerrilleros.

“Pasadas algunas horas, en algún lugar, cuando nos dirigíamos al sector del Mesón –-dice--, estando en pleno avance fuimos sorprendidos y emboscados por los guerrilleros. Nos tomaron presos, desarmaron y condujeron monte adentro donde estaban acampados. Allí los guerrilleros nos rodearon y preguntaron quiénes éramos.

Les dijimos que estábamos de caza y nos perdimos. Yo me hice pasar de empleado del telégrafo, mi agente Bernal de sastre y el detective Ferrufino de comerciante, todos de Muyupampa.

Nos separaron del grupo guerrillero más o menos unos diez metros y nos hicieron sentar con las manos en la nuca. Algunos guerrilleros se acercaron para vernos más de cerca.

Era media noche y desde el lugar en el que me encontraba, con los destellos de una hoguera vi a varios de los guerrilleros, muchos de los cuales hablaban con acento cubano y es ahí cuando vi a uno parecido a la fotografía del Che que tantas veces había visto y también vi al gringo que había conocido en el hotel de Camiri.

En algún momento se acercó a nosotros el dirigente minero Moisés Guevara, al que habíamos detenido dos años atrás durante la intervención a las minas. Él pareció reconocerme, me dijo creo conocerte, parece que eres policía. Yo me negué y dije ser de Muyupampa, entonces Moisés llamó a Inti Peredo que se acercó con otro y dijo que debíamos ser eliminarnos si éramos del ejército o de la policía.

Con esa orden nos arrinconaron en un lugar. Nuestra suerte estaba echada, había llegado mi hora final, pero en ese momento ocurrió un milagro. El otro grupo, al mando del teniente Ruiz, había chocado con una avanzada de la guerrilla y se produjo un tiroteo total, alarmando a los guerrilleros que pensaron que el ejército estaba rodeando el lugar.

En la confusión nos descuidaron por unos segundos, era una oportunidad que nos daba Dios para escapar. No dudamos un minuto, yo y mis compañeros empezamos a correr monte adentro como locos”. 

Don Guido Benavidez me dijo que corrieron unas dos horas hasta caer exhaustos y dormir en el monte. Que, al clarear el día escucharon las campanas de la iglesia de Muyupampa y guiados por sus tañidos tomaron esa dirección. Que al llegar al pueblo vieron que por la calle principal también ingresaban tres personas de aspecto extranjero, entre los que se encontraba el gringo visto en Camiri y en el campamento guerrillero, conociendo después que eran el inglés George Roth, el francés Regis Debray y el argentino Ciro Bustos que abandonaban la guerrilla.

Envalentonado Benavidez, ya dentro del pueblo, recuperada su condición de Director Nacional del DIC, procedió a detenerlos con el apoyo de sus agentes y después entregarlos al comandante militar de la región… Así cayeron los tres primeros prisioneros de la guerrilla del Che que fue noticia mundial… El relato es más extenso y la paramos aquí.

¿Qué dice el Che al respecto en su Diario? Menciona que esa noche una avanzada de la guerrilla capturó a una “patrulla de autodefensa, con dos M-3 y dos revólveres que se entregaron sin combatir…”

En respaldo de su relato, Benavidez me mostró varios recortes de prensa, fotografías y un diploma otorgado por las FF.AA., además me dijo que el presidente Barrientos lo felicitó por su acción y le regaló un revolver Colt.

Al término de su narración Benavidez, que vivía obsesionado con recuperar su libertad, me habló de su familia y especialmente de sus nietos… 

Dejé el cargo, pasaron dos años, hasta que cierto día de enero del 2007 me enteré por la prensa que Benavidez había muerto en Chonchocoro… Estaba a una semana de su ansiada libertad, cuando una mañana, sea por las duras condiciones de vida en el penal o por el frenesí que despertó en él su pronta liberación, su corazón se negó a seguir galopando en esa fría y huraña pradera y como terca y cansada mula se paró de repente.

La dura y recelosa prisión, verdadero cementerio de la libertad, se había tragado a uno más de sus ocupantes.

(*) Abogado e historiador